La profesora del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile participará en el coloquio “Ser cuerpo, pensar en cuerpo: materias, afectos, imágenes y géneros”, que se llevará a cabo en la UDP entre el 22 y el 24 de abril. Valentina Bulo es Doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y se licenció en esta disciplina por la Universidad Católica de Valparaíso. Ha publicado los libros Tonos de realidad. Pensar el sentimiento en Xavier Zubiri (Santiago: RIL, 2013) y El temblor del ser. Cuerpo y afectividad en el pensamiento tardío de Martin Heidegger (Buenos Aires: Biblos, 2012), además de diversos artículos y una traducción de Jean-Luc Nancy en conjunto con Marie Bardet. Sobre el cuerpo, la filosofía en Chile, sus estudios y su obra, conversamos en esta entrevista.

-Estudiaste en Valparaíso, después enseñaste en Valdivia. ¿Cómo es la diferencia entre estudiar y trabajar en Filosofía en regiones respecto a Santiago? ¿Hay diferencias?

-Bueno, pasa todo por Santiago. Entonces lo bueno de estar fuera –pienso más en Valdivia, que está más lejos–, es que uno se manda más solo. Y se trabaja harto con los colegas de las otras disciplinas. Y eso también tiene que ver con donde estoy ahora, en IDEA, porque también trabajamos entre varias disciplinas. Eso es súper rico. Ahora, en la pega en regiones tenís que hacer todo, desde pedir las salas… Acá la gracia que tiene es que es más especializado y uno se dedica a lo suyo. No ha sido tan diferente, pero además en la Austral tenía cinco cursos y acá hago dos. Entonces se me aliviana la carga en varias partes y se fortalece la investigación, que era lo que a mí me interesaba. Sí sentí la diferencia de entrar a una universidad pública, o habría que decir hoy, estatal. Y me gusta, lo de la vocación pública, y además que sea la USACH, porque la [Universidad de] Chile es más elite, la USACH trabaja con un sector más amplio, me gusta más todavía. Por eso hago clases en pregrado, no estoy obligada a hacer en pregrado pero me gusta ir a hacer clases con los cabros de pregrado porque es como recibirlos cuando entran a la U… que no sea sólo doctorado.

-¿Por qué te fuiste a Valdivia?

-Yo estaba casada con un filósofo, a él le salió la pega en Valdivia. Yo dije “bueno” y partí para allá. Y entre medio me salió la beca para España y me fui a hacer el doctorado allá. Después volví a Valdivia.

¿Cómo fue estudiar en Valparaíso?

-Estábamos en la época después del No, por ahí. Y era bien delirante la carrera de Filosofía en la Católica [de Valparaíso], porque había gente muy distinta. Estaban los carreteros, onda Rimbaud, poetas muertos; estaban los que eran ultra religiosos… era gente muy distinta. Y ahí estaba yo metida entre medio. Entonces me puse a estudiar Zubiri, que era lo más de avanzada que me enseñaron en esa universidad. No me pasaban ni a Nietzsche, no me pasaban un montón de filósofos. Eran súper conservadores. Tuve profesores que me hacían rezar en latín antes de empezar las clases, la oración de Santo Tomás, al filósofo. Para eximirme de Lógica tenía que tener promedio 5.0 y Canto Gregoriano aprobado. Se aprobaba por asistencia, no había que ser afinado, pero había que leer los tetragramas, que tienen como unos rombitos, súper distintos a los pentagramas… Tenía profes que decían que no había evolución, porque Dios había creado el mundo en no sé cuántos  días… Pero por ejemplo ese profe que decía que no había evolución, siempre le prestaba plata a los estudiantes; era como bueno, pero era un ser medieval, absolutamente. Ese era mi ofertón de profesores. De todas maneras me trataron bien y me sentí bien con ellos, yo era como la oveja negra, perdida, y ellos acogían cristianamente al rebaño. Me puse casi anti-religiosa inmediatamente, iba a un colegio de monjas antes, así que ya llevaba una carga…

Entonces tuviste que leer por fuera otras cosas.

-Me acuerdo que hicimos un seminario de Nietzsche, que era los viernes en la noche en un bar. Estuvimos un año leyendo la introducción del Zaratustra, me acuerdo, fue re bueno. Con el Álvaro García y más gente. Y después hicimos un grupo de gente que estudiaba a Zubiri, nos juntábamos los sábados en la mañana a leer a Zubiri.

¿Por qué te interesó Zubiri?

-Porque yo era discípula de Jorge Eduardo Rivera, el que tradujo Ser y tiempo de Heidegger, entonces sus ondas eran Heidegger y Zubiri y fue lo que hice yo hasta mi doctorado. Era discípula absoluta de él. Y fue de todas maneras el mejor profe que tuve. Él hacía [Filosofía] Contemporánea, que duraba un año. Eran ramos anuales, y todo el año pasaba a un solo autor. Decía que, para entrar a Contemporánea, había que entrar a uno bien y todos los años  pasaba a autores distintos. Yo hice ese ramo tres o cuatro veces de oyente. Después traducíamos textos juntos, más bien yo le hacía de secretaria, él traducía y ahí estuvimos trabajando harto tiempo.

No recuerdo con quién conversaba sobre esto, me parece que con Santos Herceg, pero al parecer Heidegger en Chile entró con más fuerza que en otros países…

-Sí, acá fue una casta. No sé si me atrevo a decir que todavía lo es en gran medida, hay algunos que se están abriendo un poco… La única otra mujer heideggeriana salió de la USACH, no me acuerdo del nombre de ella pero vive en Alemania ahora, es la única otra heideggeriana mujer que conozco en Chile. Es una casta muy masculina, de esas que repiten un idioma, es un mundo cerrado. El libro que yo publiqué sobre Heidegger es un ladrillo, no lo entiende nadie, está en idioma Heidegger.

¿Y por qué te interesa ese idioma?

-Mira, la tesis de licenciatura la hice en Zubiri y la hice en un concepto bien raro que él tiene que se llama respectividad. Y después trabajé el mismo tema en Heidegger, que tiene que ver un poco con el tema de la diferencia. Entonces en Heidegger uno trabaja a través de la diferencia ontológica famosa y en Zubiri lo trabaja a través de la respectividad, que es como las condiciones que tienen las cosas para establecer relaciones. La “relacionabilidad” de las cosas. Ontología pura y dura. Yo estaba peleando con los trascendentales, con lo múltiple, con lo uno, esos eran mis temas; y el campo donde lo desarrollé en los dos autores, que fue mi tesis doctoral, fue en el área del sentimiento. Pensar la diferencia, pero pensar la diferencia afectivamente, a nivel ontológico.

¿Por qué escogiste ese tema?

-Yo creo que Heidegger le pega cuarenta patadas todavía a todos los que conozco en el tema de la afectividad. Estoy pensando en un Scheler, por ejemplo. Normalmente te ponen en carriles distintos y opuestos a la razón y los afectos. Scheler como máximo descubrimiento dice que “hay un orden del corazón que también conoce” y ahí están los valores y todo eso. Heidegger dice que no, que es el pensamiento el que es afectivo. Y eso no tiene nada que ver con una subjetividad, sino que tiene que ver con nuestro horizonte de comprensión del mundo.

¿Crees que ese tema estaba subtratado en los que se han dedicado a estudiar a Heidegger acá?

-Conozco a gente que trabaja la afectividad en Heidegger pero es bien poca, para mi tesis doctoral me tocó rastrear y hay muy poco texto especializado en eso todavía. Hay autores contemporáneos que lo incluyen, pero no de manera temática especializada. En ese sentido creo que el trabajo mío fue novedoso, por lo menos.

¿Me decías que es muy masculino el mundo de los que se dedican a Heidegger?

-Sí, pero como con todos los filósofos, estoy acostumbrada.

¿Y has tenido dificultades por eso?

-Mira, te apuesto que eso no se lo preguntas a un hombre.

No, porque tú estás remarcando que es masculino.

-Creo que eres un poco más invisible y te cuesta más ponerte en el diálogo, ponerte como interlocutora pensante, es un trabajo que cuesta más. Así como discriminación, nunca; los profesores que yo tuve y los colegas me han tratado bien. Pero por ejemplo hay estilos de conversación, como los niños que juegan a intercambiar láminas, que la editorial, y el año, etc., que yo no sé, esas conversaciones que son puras citas… Es muy varonil ese tipo de conversaciones intelectuales. Entonces en ese sentido te cuesta entrar. Uno va por otro lado. Y en España me sentí muy bien y ahí me di cuenta de la diferencia. Cuando llegué a España y me sentí bastante más tratada como sujeto pensante, dije: parece que antes no era tomada así. Pero eso fue allá y después de harto tiempo. Uno lo tiene bien normalizado también, se da poco cuenta.

No es fácil ser mujer y filósofa acá, entonces.

-No. De hecho tengo un artículo que saqué ahora en Paralaje[1] en que me pongo a lo José Santos a trabajar con números, entonces trabajo los porcentajes de los contratos, porcentajes de libros, etc., y es menos del 20%., 15%, de mujeres contratadas respecto de hombres, de libros publicados en filosofía de mujeres con respecto a hombres… Y un 15% es casi margen de error, ¿no? es casi como estar  en el umbral de existencia. Ahora, creo que las bases de datos que yo trabajé, que son las que me prestó José Santos, son hasta el 2010. Me parece que en estos tres años se ha avanzado un montón y habría que tener esas cifras, la curva debe ir en ascenso. Ahora tengo muchas más colegas mujeres, de hecho trabajo con hartas filósofas mujeres acá en Chile y se nota respecto de antes. Y creo que esa abismal imparidad pasa en Chile más que en otros países que conozco. En Argentina, por ejemplo, es bastante más equitativo, los grupos de reuniones son más cercanos a la paridad.

¿Y por qué crees que pasa eso acá?

-Bueno, la filosofía es masculina, lo dijo el mismo Derrida con el falogocentrismo. El pensamiento mismo tiene estructura masculina. Y además yo me metí en ontología… igual trabajé la afectividad también, pero súper ontológicamente… Es como una cosa de resistencia ponerse así, a hablar en un lenguaje técnico para demostrar que uno está a la altura de ese tipo de conversaciones, te pones a hablar lo más en difícil posible.

¿Y eso no es validarse con parámetros de los mismos hombres?

-Por supuesto que sí. La Catherine Malabou, una filósofa francesa cercana a Derrida, tiene un libro que se llama Cambiar la diferencia y ahí ella trabaja el problema de ser mujer en la academia francesa, como filósofa. Ella distingue tres etapas. La primera etapa es lo que podríamos llamar una “masculinización”, ella lo llama “Hacer como que”. Es ponerse difícil… lo describe en primera persona, pero al menos en mi caso también ha sido así. Ahora estoy tratando de sacarme el empaquetamiento y hacer  una cosa un poco más mía, pero te demorai años en eso… hay que pegarse un montón de porrazos.

Cuerpo, género y tono

En una entrevista[2] decías que no has tematizado la diferencia misma (de ser mujer, o ser latinoamericana), que eso lo has dejado más bien tácito y trabajas a partir de ahí…

-Sigo en lo mismo, y por eso sospeché con tu pregunta anterior, porque normalmente te dicen “si eres mujer y filósofa, ¿por qué no trabajas género?”. La pregunta es muy vertical. Y en ese sentido he tenido bastante resistencia a trabajar el tema. A mí me parece mejor trabajar desde; yo creo que por ejemplo el tema que estoy trabajando hace hartos años, el asunto del cuerpo, creo que por ahí entro de todas maneras, estoy trabajando cuerpos singulares, y ya trabajando en cuerpos singulares, asumes una localidad, asumes diferencias sexuales, raciales, etc., estás hablando con ellas. De hecho estoy pensando el tema de la diferencia, entonces es justamente cómo esas diferencias tú las asumes en el pensamiento. Pero no es temático. Ahora con Maribel [María Isabel Peña Aguado, académica del IDF-UDP] y colegas de varias universidades más estamos en plan de organizar un coloquio, que tiene que ver con que igual tengo que asumir mis diferencias y hacerme cargo filosóficamente de ellas. Tiene que ver con, aunque a lo mejor no me interesa seguir mi línea para allá, asumir esas esquirlas. Y estamos haciendo un coloquio sobre mujer y filosofía en Chile. Estamos  trabajando con varias universidades, la Universidad de Chile, la U. de Playa Ancha, la U. de Valparaíso, la Diego Portales, la U. de Santiago, la Católica, la UMCE… Obviamente hablai el tema cuando empezai a organizar el coloquio y han contado algunas historias terroríficas de discriminación por género.

-¿Y cómo te llevai tú con otra gente que sí trabaja el género?

-Bueno, mi colega con la que estoy dando curso es la Olga Grau, que trabaja género. Yo di un curso el semestre pasado con ella, “Materialidad de las diferencias”. Fue precioso, bien experimental, primera vez que dábamos un curso juntas y además metíamos temas que ella no dominaba de los míos y yo tampoco de los de ella; tuve que estudiar mucho y aprendí un montón de género con ese curso y con la Olga. A mí me sirvió un montón y los cabros estaban felices, porque además yo le ponía la parte más ontológica, de los materialismos, andaba por esos lados, y la Olga la diferencia sexual, el tema del andrógino, ella ve la diferencia por esos lados, y ahí entre todos tratamos de pensar en la materialidad en la diferencia sexual. Con la Cecilia Sánchez estoy trabajando también, tengo un Fondecyt con ella, soy la co-investigadora. Trabajo con las colegas, me llevo bien con ellas. La Cecilia Sánchez también trabaja género, y la Maribel [María Isabel Peña] también. Así que de alguna manera gracias a ellas también asumí que tengo género. No soy neutro, me enseñaron en neutro de chica. El asunto es que el pensamiento no puede ser neutro.

¿Y la ontología no tiende un poco a esa neutralidad?

-Yo no sé si “la Ontología”, con mayúscula. Por ejemplo, el trabajo que hace Nancy, que es ontología, no es neutro. Nancy está asumiendo una posición y está tratando de construir otra ontología.  Y además de una manera colectiva, porque él no se asume en el papel de ser “la” ontología, sino más bien como una posta donde él corrige a Heidegger, corrige a Bataille, y los va compartiendo con otros. Lo asume de una manera distinta, no es un constructor de un sistema filosófico,  es una construcción colectiva; yo creo que Nancy lo ve así, el tema de la comunidad para él es así. Pero justamente porque no es neutra, se trata de asumir posiciones dentro de la ontología.  Posiciones políticas, éticas. Hay un concepto re bonito que trabaja Frédéric Neyrat, que se llama ontopolítica.

¿Qué es eso?

-La ontopolítica es un concepto que “pelea” un poco con la biopolítica, pretende ampliar el campo de la vida a todos los cuerpos del cosmos, por decirlo así; él habla incluso de una democracia cósmica, tiene que ver también con el trato con lo no humano, y no solamente con el animal, sino que con los otros cuerpos, con la tierra, el agua, etcétera. Y también con asumir un ejercicio afirmativo de politización de la ontología. La ontología es política.

¿Y cuál es tu posición?

-Bueno, yo soy de izquierda, abiertamente de izquierda. Y me parece que trabajar el tema de los cuerpos tiene que ver también con rescatar justamente la situación de los plurales, de los muchos como dirían los griegos, y las situaciones singulares, en contra de un sistema totalizante, cualquiera que sea. Eso es una opción política. Trabajar los cuerpos. Si Heidegger andaba pegado en la diferencia ontológica y andaba diciendo “el ser y no los entes, el ser, el ser, el ser”, justamente la posición contraria es reafirmar los cuerpos y ya no el ser. No sé si tiene mucho sentido hablar del ser desde la ontología de los cuerpos de Nancy, por ejemplo. Hay pluralidad de cuerpos, no más. Amontonados, va a decir él, ni siquiera con una orgánica.

A propósito del coloquio en el que vas a participar en la UDP en abril, que está organizando Maribel [María Isabel Peña], que se llama “Ser en cuerpo, pensar en cuerpo”, quería preguntarte por la frase en la que se basa el título del coloquio, pues parafrasea a Luce Irigaray que hablaba de “pensar en mujer”, no desde la mujer ni como mujer sino en mujer, ¿cuál es la diferencia de pensar “en”, “desde” o “como” mujer?

-Voy a hacer mi lectura, que seguro no va a coincidir con la de Maribel. Como estoy trabajando ahora algunas cosas de materialismo, y me asumo como materialista afirmativamente, si nosotros pensamos en cuerpos, estamos pensando materialmente. Si tú los separas, si pones “desde” el cuerpo, estás situándote como sujeto afuera de eso que es el cuerpo. Entonces pensar en cuerpo, por lo menos desde mi línea, sería pensar corporalmente, materialmente. Nancy lo ha trabajado bastante con lo del “tocar”, es un pensar que toca; entonces ya es trabajar al pensamiento corporalmente también.

A propósito de Nancy, cuéntame más detalles sobre la traducción que acabas de hacer de él, con Marie Bardet [3].

-Yo tuve una entrevista en Estrasburgo con Nancy hace un par de años. Y fue re bonito, porque en la noche creo que yo le mandé primero un correo agradeciéndole y él me responde y me dice “aquí van estos textos que te van a servir”. Y eran los textos de los temas que habíamos hablado en la entrevista, textos que yo no conocía, por supuesto. Y eran justo de lo que yo le había estado preguntando. Después, cuando estuve en Argentina una vez con un colega, me dice “oye pero eso hay que traducirlo”, no era mi intención traducirlo. Dije “bueno ya”, pero como no me atreví sola, lo hice con Marie. Es mi primera traducción, así que lo hice con ella para que saliera bien. Yo hice una primera versión, después ella la corrigió, nos juntamos, conversamos, estuvimos discutiendo palabra por palabra y ella conoce mucho a Nancy también, entonces la discusión estaba clarísima, sabíamos de qué estaba hablando él. Fue una bonita experiencia. Trabajar además entre dos en eso… ella tenía algunas palabras ya adoptadas de traducciones anteriores suyas, así que ahí la seguí a ella.

¿Y cómo es la lectura que se puede hacer particularmente de Nancy desde aquí?

-Yo estoy trabajando en eso ahora, estoy haciendo un imbunche bien raro, porque como estoy en IDEA y en el Doctorado de Estudios Americanos, me he estado metiendo hace unos tres, cuatro años en filosofía latinoamericana. Y también tiene que ver con los cuerpos. Si estás trabajando con los cuerpos tienes que tenerlos localizados. He estado trabajando, haciendo una trenza, bien particular y singular, con pensadores latinoamericanos y también con pensadores que trabajan desde la perspectiva colonial por el lado francés. Ahí me he metido con algunos pensadores como Frantz Fanon, que es de Martinica y se fue a pelear a África, y es uno de los más importantes que trabaja el tema de  la “negritud”, muy cercano a  Aimé Césaire. Y ahí me hace juego un montón, porque Fanon tiene textos muy corporales, tiene uno que se llama “Piel negra, máscaras blancas” que con el texto de Nancy yo encuentro que hacen bastante juego. Y él está pensando desde esa condición colonial, que es la que tenemos nosotros todavía.

¿Por qué tenemos una condición colonial todavía, crees tú?

-Desde lo que yo he trabajado toda mi vida, que es el tema de la diferencia: si nosotros llevamos la diferencia ontológica, la diferencia en Zubiri, a nuestras diferencias concretas y hablamos por ejemplo con el tema del género de una diferencia sexual, la diferencia sexual es nuestro punto de partida. Si te eché la broma de por qué no le haces esa pregunta a un hombre es porque partimos de una diferencia sexual que me condiciona todo para adelante, aunque tengamos un trato que pueda ser no dominante, etcétera, pero partimos de esa diferencia. Y esa diferencia es de dominación. En el caso de nosotros, los latinoamericanos, pasa lo mismo. Hay una diferencia colonial que es un punto de partida de la relación entre nosotros. De nuestra relación con el pueblo mapuche. Entonces estamos colonializados, esa diferencia es el punto de partida.

-¿Tú dices en cuanto a lo que se lee en los programas de estudio, también?

-O sea, los programas son europeos completamente. Yo dicto un curso ahora de filosofía latinoamericana y los chicos no tienen idea de nada; yo sé bastante poco de filosofía latinoamericana y lo poco que sé se los muestro y con ellos vamos aprendiendo juntos. Y no sé cuántos programas de filosofía latinoamericana hay en Chile, no más de uno o dos. Y para qué hablar de filosofía chilena. Terminé el curso de filosofía latinoamericana con dos clases de filosofía chilena y los cabros estaban helados, no tenían idea de nada. Yo sé muy poco, no es mi especialidad. Pero me parece básico asumirla y leerlo. Ahora he estado yendo a Bolivia y he estado leyendo a los bolivianos, ese es un tema que viene… He estado leyendo el indianismo boliviano, que es increíble. Es una tremenda corriente de pensamiento. Allá hay un mundo de pensamiento y nos pegan cuarenta patadas en un montón de ámbitos.

Y acá no se lee nada de eso.

-Todos los libros que yo me compré allá no están en Chile ni por si acaso. Incluso allá me costó encontrarlos. Tuve que ir a la Fundación Reinaga, a buscar sobre Fausto Reinaga, que es uno de los grandes indianistas; tuve que estar en la casa de él, con la hermana, comprando los libros que estaban en las cajas… eso no llega acá, puede que haya algo en la biblioteca de la Chile, pero en librerías nada.

¿Y cómo lo conjugas con esta otra formación más heideggeriana que has tenido, más europeizante?

-Mira, con Heidegger lo que me he dedicado en los últimos tres años es a tirarle palos, pero es bueno porque no ha sido un cerrar la puerta e ir para otro lado, sino que ha sido seguir pensando a Heidegger, seguir pensando en la diferencia ontológica, pero ya desde su momento más aniquilador. Como Heidegger habla del olvido del ser, yo  digo que a él se le olvidan los cuerpos, justamente en el momento de la aniquilación de los cuerpos. En ese momento histórico, cuando él está hablando de los momentos fundacionales de la historia, él está pensando en eso; la famosa ontohistoria heideggeriana es pensar ese momento en que se configura un orden mundial. Y se le olvidan los cuerpos. Qué significa eso. Ahí he seguido trabajando, qué significa ese olvido en términos estructurales, siguiendo un poco la línea de Nancy. Nancy dice que hay que corregir a Heidegger en esto, esto y esto y yo le agrego unos puntitos más. A Zubiri lo he dejado más de lado, tengo ganas de retomarlo ahora. Hay un artículo de Nancy donde piensa el tocar y me pareció súper cercano a los textos de Zubiri, tengo muchas ganas de hacer un texto para ver qué pasa con esas dos miradas. Porque Zubiri es un filósofo del cuerpo, él trabaja un poco más con el sentir, sentir de tacto, de oído, etcétera.

¿Y por qué te ha interesado tanto el tema del cuerpo y la afectividad? ¿Siempre has tenido ese interés?

-A la afectividad entré porque yo quería hacer mi tesis primero sobre la esperanza. Y después dije: antes de hacer la esperanza hay que empezar a hacer la introducción de la afectividad. Y ahí me quedé.

¿Y por qué la esperanza?

-Estaba haciendo un curso de oyente con Jorge Eduardo Rivera en la Católica y él estaba haciendo un curso sobre la esperanza, pero en Santo Tomás. Yo seguí ese curso, me encantó y dije: me parece que aquí hay que trabajar la esperanza, pero de una manera no religiosa. Entonces ahí empecé a ampliarlo para otros lados, a diferencia de Santo Tomás. Qué significa pensar la esperanza sin ese momento de religación. Por ahí iba y al final eso quedó en un rincón; al final de mi tesis sí retomo la esperanza y la trabajo haciendo un contrapunto con Heidegger y lo que se traduce como serenidad, aunque a mí me gusta más desasimiento, que es la traducción de la Carla Cordua. Él habla mucho de que el desasimiento no se trata de una expectativa, la serenidad es justamente soltar las expectativas, “querer el no querer”, dice. Zubiri sí trabaja la esperanza y la fruición y en juego con Heidegger la defino como querer el querer.

¿Y el cuerpo?

-El cuerpo porque era lo que le faltaba a Heidegger… Cuando uno está haciendo una tesis doctoral no piensa en otra cosa que no sea la tesis doctoral, y yo estaba pegada con los tonos; los sentimientos son tonos, son tonalidades. Los tonos afectivos, los tonos celulares, los tonos acústicos, los tonos de los colores, etcétera. Estaba en eso cuando fui a un concierto y tuve una “iluminación”. Dije: son los cuerpos los que vibran, ellos dan el tono. Tengo que investigar los cuerpos, entonces. ¿Tocai algún instrumento? Imagínate un tono sin cuerda… una vibración pura…eso son los temples de Heidegger, el libro mío se llama El temblor del ser porque es eso, una vibración pura… Es genial como idea, pero justamente lo que haces con esa operación es aniquilar el cuerpo.

¿En qué estado está el estudio de ese tema, de los cuerpos, en Chile? ¿Te has sentido acompañada, por así decirlo, en esa búsqueda?

-Mira, con Olga Grau, Cecilia Sánchez y Claudia Gutiérrez organizamos un coloquio de los cuerpos hace dos años, el 2012 parece, y hubo más de 40 ponencias… hay mucha gente trabajando sobre el cuerpo, desde montones de lados, porque el cuerpo se cruza con montones de cosas. A mí eso es lo que me gusta.

¿Y no te pasa que, de tanto escuchar la palabra cuerpo, como que esa palabra se vacía?

-Sí, absolutamente. Yo creo que por eso estoy entrando en materialidad. Pero de repente eso es más abstracto, porque si te metes en materia… También por eso estoy trabajando con problemas corporales concretos: hice un texto sobre el comer, por ejemplo, “Políticas del comer”, se llama. Tengo otro a medio hacer sobre el besar, uno que hice sobre el torturar[4], entonces ahí tiene que ver ya con ejercicios corporales concretos… La idea es pensarlo y siempre con trazos muy singulares. Es este beso, no “el” beso.

¿Y cómo desde esa singularidad extraes la universalidad?

-¿A riesgo de seguir siendo filósofa? Si no dices universalidades, estás expulsada de la filosofía…Yo creo, y esto habría que investigarlo bien, que nosotros nunca nos saltamos la universalidad. Pienso que cada palabra y cada acción nuestra esconden ciertas suposiciones universales. El asunto es que no funcionen de manera totalizante. Porque te puedo enumerar montones de juicios universales que suponen el que me estés mirando y escuchando. Te lo puedo hacer en silogismos. Pero otra cosa es pretender la totalización. Porque tú estás jugando con otras universalidades a las mías, creo que hay infinitas universalidades dando vueltas. Pero habría que escribir un tratado sobre el tema.

Y fuera de que sea un tema filosófico, ¿qué relevancia tiene para ti pensar el tema del cuerpo en Chile?

-Yo creo, y por eso estoy estudiando a Frantz Fanon y a Reinaga, que tenemos una cuestión racial metida adentro, hasta el tuétano. Y no la tenemos asumida. No nos asumimos como indios. Hay una frase de Armand Mattelart, en un documental que se llama El Espiral, que es sobre el golpe de estado y trata de todo lo que pasa en EE.UU., la confabulación para el golpe, todo muy de afuera, hasta que llega el minuto del golpe. Y terminan el documental diciendo “bueno, pero tiene que haber alguien dentro que enganche con eso”. Y empieza a caracterizar a cierto tipo de chilenos que, dice, la única manera en que aceptan ser chilenos es a este precio, prolongando la oligarquía y la explotación, estando por encima de todos los demás. Y hay otra cita de Zavaleta, que es un pensador boliviano que tiene un libro que se llama Lo nacional-popular en Bolivia; él empieza a hablar de la esencia de la constitución del Estado en Perú, Bolivia y Chile. Habla de Bolivia y la cosa de la tierra, cómo nos alimentamos, etc.; de Perú no me acuerdo qué y luego dice “la esencia de la constitución del Estado chileno es la guerra de Arauco y la expulsión del pueblo mapuche”. O sea, ser chileno consiste en negar al mapuche, esencialmente.

Ha sido muy poco tematizado el racismo acá, me da la impresión.

-Ricardo Salas trabaja el tema mapuche desde una perspectiva intercultural y María Emilia Tijoux el tema de los negros desde una perspectiva más biopolítica. Yo lo estoy agarrando ahora, aunque por el lado de los cuerpos. Fanon trabaja la diferencia de piel en “Piel negra”, que es muy bueno porque pelea con Merleau-Ponty, que hace la típica descripción fenomenológica de cómo mi cuerpo sabe que esto está acá o acá, en ciertos esquemas; entonces Fanon le dice que “Esos esquemas en mi piel negra no funcionan. Me subo al autobús y ocupo 3 espacios, nadie se sienta al lado”. Me parece muy necesario que asumamos nuestro racismo, porque lo disfrazamos de clasismo. Y eso lo vi haciendo clases en colegios, con la jerarquía de la organización de los grupos en los cursos, son por los tonos de negros, los tonos de moreno.  Nos creemos no indios, nos creemos los blanquitos. Colonialismo interno se llama.

Remar todos los días

Cuéntame más de tu experiencia en Valdivia, cómo fue trabajar allá.

-En Valdivia lo pasé chancho, muy bien, viajé montones. Yo empecé a trabajar el tema de los cuerpos allá, entonces me fui en una volada muy de cuerpo de naturaleza, no pensaba en cuerpos humanos precisamente. Yo remaba en el río… creo que esa experiencia allá me dejó muy cargada, estar allá con lluvia 300 días al año, caminando en los bosques, remando todos los días, es un tipo de experiencia que es una maravilla y que la extraño muchísimo. Andaba metida en el barro… Esa carga por una parte y por otra parte la Universidad Austral, donde encontré colegas maravillosos, con los que sigo trabajando. Lo bueno es que allá es como “hagamos esto”, “¡ya!, hagamos esto”, y lo hacíamos no más. Me mal acostumbré a esa libertad, acá en IDEA también son así. Aunque ese bichito me picó allá.

¿Y por qué dices que es complicado acostumbrarse a esa libertad?

-Porque creo que hay montones de instituciones donde no tienes libertad de investigación… Heidegger define el sentimiento como el “estilo del pensar”, la forma del pensamiento. El estilo determina muchísimo. El que nos estén obligando –y yo también estoy medio obligada– a escribir papers, te condiciona a un estilo de pensamiento y eso te marca el pensar, es la forma del pensamiento mismo; no es retórica, no es una opción de “yo voy a escribir esta idea que tengo pero en versión paper”, no es así.

¿Y cómo llevas eso?

-Estoy tratando de escribir en otro estilo, mal por ahora, pero hay que empezar. Y tratando de hacer otras cosas. El texto de la tortura fue bien experimental, porque fue en primera persona y muy a partir de mi experiencia, pero tratando de engarzar los conceptos que he trabajado antes. Y me gusta, pero también hay que seguir escribiendo papers, hay que jugar esas dos o tres bandas…

Y en medio de ese tráfago, en que están constantemente sometidos a evaluaciones, o escribiendo papers, o haciendo clases, ¿en qué momento filosofan los filósofos? ¿cómo lo haces tú?

-Bueno, yo de chica quería ser filósofa, si hay algo que me cruza el tuétano es la filosofía y en el minuto en que yo sienta que tengo que dejar de ser eso que es mi motor, que sigue una línea de pensamiento determinado, prefiero hacer otra cosa y seguir escribiendo lo que yo escribo. Hasta el momento he logrado conjugarlo, hacer lo que yo estoy pensando. Más que por una cuestión narcisa, si se te ocurre una idea, tenis que seguirla, no más, cuando nace una idea uno se debe a ella. A eso soy fiel por ahora.

¿Qué cambios le harías a esa estructura institucional, que te evalúa de la forma en que te evalúa, en que te piden papers, Fondecyts, que son mejor evaluados que los libros? 

-Creo que por una parte está bien. Cuando uno es estudiante se imagina muchas cosas que no son. Y yo veía profes que a mí se me ocurría que no hacían nada, no publicaban nada, entonces me parece bien que se vea que estás haciendo mucho. Pero por ejemplo ahora que vengo de Argentina, el Conicet tiene cosas muy buenas, porque funciona con un grupo de investigadores a los que se les exige una cierta producción pero no sólo eso, sino que se les exige que armen comunidades de investigación. Y eso no es solamente el sistema de discipulazgo a partir de los ayudantes de investigación, es otra cosa. Es formar grupos colectivos de trabajo. Entonces ellos no presentan proyectos todos los años. Hay un problema grave con el sistema chileno que es un verdadero darwinismo académico, y esa frase es de una amiga, porque busca a toda costa “llegar más alto” y no hace otra cosa que crear distancias abismantes en desigualdad de producción de conocimientos; por otra parte es bien ilusorio fomentar una oligarquía académica si no tienes un “colchón cultural” suficiente como para que nazcan ideas. Es como en los bosques de  Valdivia, pillas especímenes de alerces en lugares donde hay condiciones muy cuidadas y por supuesto con una biodiversidad que permite el crecimiento de esas especies. Con las ideas pasa lo mismo, si tienes un sistema competitivo y homogeneizante no llegas muy alto tampoco. La competencia me parece perversísima. Porque competir es excluir. La definición de la competencia es dejar al otro afuera.  ¿Cómo trabajai con gente así? No se puede hacer una comunidad con un sistema competitivo.

Libros y lectores

Háblame de tus libros.

-El primero que escribí, que fue el que salió segundo, es éste: Tonos de realidad. Pensar el sentimiento en Xavier Zubiri. Es parte de mi tesis doctoral, por eso es cronológicamente el primero. Mi tesis doctoral yo la hice en el sentimiento en Zubiri y en Heidegger. Entonces esta es la parte de Zubiri. Acá es donde están los tonos, las vibraciones de las que hablábamos. Los tonos de Zubiri son bastante más alegres y tienen más realidad que los de Heidegger. Zubiri habla por ejemplo de la fruición, el goce, la esperanza. Y la tesis mía tiene que ver con la diferencia que hay en el concepto que tiene Zubiri de realidad con el concepto que tiene Heidegger del ser. El ser en Heidegger sería una cosa mucho más negativa –no en el sentido peyorativo, sino que de no positivo– y eso se nota en sus tonos. Entonces él ve la angustia, el desasimiento, son esas tonalidades las que están siempre marcando una negación que en última instancia es una negación de las cosas.

El de Heidegger, El temblor del ser. Cuerpo y afectividad en el pensamiento tardío de Martin Heidegger, es justo epaso que te contaba de la afectividad; son dos capítulos de mi tesis doctoral donde Heidegger está bien tratado, y después empiezo a analizar justamente la falta de cuerpo, digo ¿qué pasa con el cuerpo acá? Y trabajo algunos otros autores también, porque uno podría decir “bueno, pero es que en esa época…”, entonces de alguna manera trabajo respuestas contemporáneas con cuerpo. Tomo a Zubiri de nuevo, pero ahora desde la perspectiva del cuerpo, no del sentimiento, Deleuze, Nancy y otros. Entonces a partir de eso hago una crítica.  La última parte es más personal y termino haciendo una crítica a la diferencia ontológica en un texto que se llama “Nuestros cuerpos, nuestras diferencias”, qué significa repensar todo esto a partir del cuerpo y desde ahí hago las críticas. Termino en un tono más pesado con Heidegger, pero sigo rescatando lo de la afectividad, la sigo tomando y trabajando en mis textos de ahora, sobre el desprecio, por ejemplo. Cosas más políticas.

¿Para quién escribes estos libros? ¿Cuáles son sus posibles lectores?

-Qué difícil, no lo sé. Pero si tuviera que responderte… el texto de Heidegger creo que lo entienden los heideggerianos y además este texto es del Heidegger tardío, entonces creo que incluso lo acotaría a los heideggerianos que han trabajado al Heidegger tardío, porque el Heidegger temprano es muy distinto, es otro lenguaje, más poético. Entonces es muy reducido. Y yo creo que estos dos libros son bastante monólogos en ese sentido, porque si están pensando en un público reducido, te estás imaginando un lector que a lo mejor hasta no existe. Es bastante solitaria la escritura de estos dos libros, yo creo.

¿No te dan ganas de hacer trabajos que tengan una relación menos mediada, por así decirlo, con el lector?

-Es lo que estoy trabajando ahora, he escrito textos sin ninguna cita, en un lenguaje coloquial… En el texto de las políticas del comer, por ejemplo, me meto a analizar los antropófagos brasileros, de Andrade, los años 20, y me pongo a buscar gestos antropofágicos en Chile. Termino con esa frase, “a los choritos me los como con limón”. Eso lo trabajo como antropofágico, es un acto performativo a través del cual yo te como, con limón además. Pero eso ya es una deriva, por ahí me trato de meter en cosas más concretas.

También lo digo pensando en cómo se inserta la filosofía fuera de sí misma, cuando deja de hablarle a los mismos filósofos, cuál podría ser el rol que tiene la filosofía fuera de su propio campo.

-Primero, tenemos que dejar de creernos el cuento de la filosofía primera, un cuento que nos creemos los filósofos, que nosotros les damos el fundamento a las otras disciplinas. “Cuando las otras disciplinas empiezan a pensar en su condición de disciplina, ahí está la filosofía”, he escuchado textual.  Entonces el biólogo no sabe lo que es la vida, sino que opera con ella, y si se pregunta lo que es la vida, ya es filosofía. Ese cuento yo no me lo creo. Decido no creerlo además por una cuestión política, porque primero que nada, tiene que ser construcción colectiva, entre todos. La filosofía puede tener montones de funciones y tiene que ser plural, no puede entenderse como “una” función filosófica. Una es pensar la contingencia. Yo creo que hay que pronunciarse sobre las cosas que están pasando, me parece muy bien publicar en los diarios, no lo he hecho, pero tengo ganas de hacerlo, porque me parece que tenernos que sacar la voz sobre estas cosas contingentes, una voz filosófica pero que a la vez sea clara. Y por otra parte, yo creo que somos un oficio súper humilde de andar tallando conceptos: uno hace un concepto, lo talla, ve cómo funciona con este otro, a ver si se para el mono, pone este otro acá, y uno va haciendo objetos conceptuales que van sirviendo después pero no como principio ni fundamento ni nada, sino como una cosa bastante más instrumental y bastante más modesta que las pretensiones soberbias de los filósofos. También es muy masculino ponerse narcicistamente  de punto de origen y final.

En esa entrevista que diste, decías que hemos construido una razón hipotímica, que desplaza la afectividad.

-Bueno, por eso trabajé la afectividad también. Me crié con la metafísica de una racionalidad que se  pretende no afectiva, entonces el que se pretende neutro políticamente es un tono y ese tono lo que hace es negar. Es como quien se pretende neutro políticamente pero está atornillando para construir una determinada máquina; si yo me pretendo neutra afectivamente, lo que hago es ponerle ese tono. Por ejemplo escribir un formulario: se pretende súper neutro, pero eso tiene un tono, que es distante, gris y eso está marcando nuestras relaciones. Los formularios que tenemos que llenar a diario marcan un tono y marcan un tipo de pensamiento. Entonces lo primero: asumir –y esa frase es de Heidegger– que todo pensamiento es tonal. Eso me parece fundamental. Yo he escrito dos artículos, que todavía no salen, sobre Giordano Bruno, que trabaja no los afectos sino la teoría de los vínculos. Él habla de vínculos que se anudan y se desanudan y esos vínculos son los que construyen el mundo, son vínculos materiales además. Por eso me gusta, es una lectura bien materialista de los afectos. Y también habla de la relación entre un niño y un león, que también son vínculos, la lluvia también es un vínculo, entonces lo pone a ese nivel material. Por ahí entender la afectividad como algo más amplio, como tonalidades  de la realidad, me parece un primer paso. Y después ir escudriñando en distintas lógicas tonales. La lógica del desprecio, que niega al otro como otro, que no le da pena ni miedo sino que no hay otro, es una lógica bastante fundante hoy día. Esto no lo he escrito, habría que investigarlo más, pero si hiciera la pregunta heideggeriana de cuál es el tono del capital, creo que es el desprecio, que tiene que ver con el precio, también.

“La filosofía en los colegios de elite tiene muchísimas horas”

-¿Por qué estudiaste filosofía, entre tantas otras cosas que me imagino te pudieron haber interesado?

-Como te dije, quería estudiar desde chica filosofía, antes de saber que existía el nombre “filosofía”. Como en octavo básico escuché la palabra y dije: eso. Y había un profe, Luis Flores, que hoy día trabaja en la [Universidad] Católica en Educación, que era mi profe en el Compañía María y yo lo perseguía todos los recreos –no me hacía ni clases, yo iba en octavo– y le hacía preguntas, de la vida…

-¿Pero qué era la filosofía para ti antes de que supieras que se llamaba filosofía?

-No sé, yo creo que tenía que ver con las preguntas que yo me estaba haciendo… Me acuerdo que andaba escribiendo de la vida, cosas así, de niña chica, de colegio de monja, además. Y después le andaba preguntando a este profe la diferencia entre metafísica y ontología, así como un poco de cabra chica también, para lucirse. Lo tenía chato. Y ahora me lo encontré, me costó reconocerlo, le conté la historia y se acordaba… A veces me lo encuentro en Las Lanzas y rememoramos. Después, cuando di la prueba [de Aptitud Académica, actualmente PSU] postulé a filosofía, en varias universidades.

Me decías hace un rato que haces clases en pregrado y en colegios, ¿cómo ha sido esa experiencia?

-Me encanta hacer clases en pregrado. E hice diez años clases en colegios. En montones de tipos de colegios, desde los subvencionados a los de elite. Trabajé en uno que se llamaba Plus Ultra, que era heavy porque pensé que me iban a violar en la sala de clases, tiraban las botellas del tercer piso, después cambiaban todas las notas, a los alumnos los hacían cambiarse de una sala a otra para contarlos de nuevo como asistentes… y terminé en el Mackay de Reñaca y el Alemán de Valdivia, pasando por los municipales acá en Providencia… entonces volver a pregrado tiene que ver con que me gusta hacer clases con los más chicos, la paso muy bien con ellos. Y el Instituto de Filosofía de la USACH tiene un perfil bastante marcado hacia la filosofía analítica y la filosofía de las ciencias, entonces yo creo que mi aporte ahí es poder entregarles algo completamente distinto, que tiene que ver con otra cosa. Hice un curso del placer que lo voy a dictar de nuevo ahora, “Ontología del placer” se llama.

¿Y qué hacen los estudiantes de filosofía hoy en día, una vez que terminan?

-Buena pregunta, porque me ha pasado que veo a muchos cabros que entran a las prácticas y no les gusta hacer clases, y lo cachan ahí. Entran muchos muy perdidos. Como nosotros, también, igual yo estaba perdida. Yo sabía qué era filosofía, pero uno en primer año está perdido en la vida. Entran muchos así y después se dan cuenta que no les gusta hacer clases. De mis compañeros de curso, que yo sepa, dos estamos haciendo clases en la universidad, dos más en colegios, y los otros vendiendo seguros médicos, otros que se casaron…

¿Y tú hacías clases en colegios cuando había más horas de filosofía que ahora?

-No, porque en los colegios particulares de elite tienen muchas horas de filosofía, la reducción es para los colegios públicos… En el Mackay había filosofía para niños, desde primero básico, y después filosofía-filosofía, que era la que hacía yo, desde primero medio. Y después había un sistema, que era el bachillerato internacional, para los que hacían el optativo de filosofía. Nosotros teníamos unas 7 horas de filosofía a la semana, los cabros terminaban haciendo una tesis. Esto en el Mackay, que no es “humanista”. Y ellos lo tenían claro, porque me decían “es que nosotros somos líderes y para saber dirigir hay que tener mirada de tablero”. Entonces la filosofía en los colegios de elite tiene muchísimas horas. No es tan verdadero eso de que ya no hay filosofía. No hay filosofía para los públicos. Los técnicos no tienen nada. Tendría que haber una instancia colectiva de nosotros, los filósofos universitarios, y de secundaria (hay una organización de profesores secundarios que se llama Reprofich, Red de Profesores de Filosofía de Chile), una organización que empiece a plantear cambios de programa, pero no está ni siquiera el espacio previo… Tiene que haber una revisión y a mí me parece que los académicos hemos dejado muy botados los colegios.

¿Qué pierden los estudiantes al no tener filosofía en los colegios?

-Por donde rebelarse… Pero sobre todo es encontrarle conceptos a la línea que ellos tomen. Estaba en Argentina ahora y encontré un canal de televisión de niños. Me quedé helada porque eran puros monos animados y estaba San Martín de mono animado, así como de héroe, y decía “hay que enseñar a hacer las preguntas, los niños se tienen que hacer preguntas”, el cómo, cuándo, dónde. Y salían las madres de la Plaza de Mayo y decía “dónde están” y ahí San Martín decía “hay que pensar, hay que hacerse preguntas”. Estamos a años luz de eso. Y tiene que ver con eso la filosofía, con mover las perillas que uno tiene tan fijas.

Entrevista por: Andrés Florit
Fotos: gentileza Valentina Bulo

[1] Bulo, Valentina. “Nosotros y nosotras: filosofía hecha por mujeres en Chile”. Paralaje 10 (2013): 74-82.
[2] S/A, Filosofía y su modus operandi: entrevista a Valentina Bulo. Revista Acéfalos, domingo, 15 de enero de 2012, http://revistaacefalos.blogspot.com/2012/01/filosofia-y-su-modus-operandi.html (visto: jueves 10 de abril de 2014)
[3] Nancy, Jean-Luc, Archivida. Buenos Aires: Ed. Quadrata, 2013.
[4] Bulo, Valentina. “Tabula rasa de los cuerpos”. La Cañada 4 (2013): 206-214.