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La profesora Messina, luego de una trayectoria de más de diez años como académica, ha sido escogida para dirigir desde abril de 2020 el Instituto de Filosofía. El profesor Hugo E. Herrera, quien se desempeñó por seis años en este puesto, asumió nuevas labores de docencia e investigación en el IDF.
Asimismo, Herrera continuará formando parte del claustro del Doctorado en Filosofía, programa que ahora será dirigido por el profesor Ovidiu Stanciu.
La profesora Messina es Doctora en Filosofía por la Universidad de Estrasburgo y su libro más reciente es Feminismo y revolución. Crónica de una inquietud y Santiago 2019. Fragmentos de una paz insólita (Santiago: Metales Pesados, 2020). Académica del IDF desde 2009, dirigió el programa de Magíster en Pensamiento Contemporáneo: Filosofía y Pensamiento Político durante seis años. En 2020 había asumido como directora del Doctorado en Filosofía, cargo que deja para asumir la dirección del Instituto.
–¿Cómo está funcionando el Instituto durante esta emergencia? ¿Cuáles son sus primeras impresiones y experiencias en torno a las clases virtuales y las proyecciones posibles de estos formatos, ahora que comienza como directora?
El Instituto ha seguido funcionado. Hubo algunos días (no más de dos o tres) en los que no pudimos hacer clases porque estábamos probando las plataformas, pero casi no hubo interrupción. Esto, si uno lo piensa, nos habla de cómo funcionan los seres vivos. Los seres vivos no paran. Ocurre algo que no esperamos, algo que algunos calificaron como “el horror”, pero ante esto seguimos. Ha habido problemas técnicos, pero en general me parece que la técnica ha sido nuevamente una modalidad de relacionarnos. Desde el confinamiento, es prácticamente un momento de gracia esto de poder hacer clases, juntarse alrededor de textos difíciles pero que abren ventanas para pensar. Creo que lo estamos haciendo exactamente como debiéramos: midiendo la dificultad de los textos, sorprendidos por su fuerza extraordinaria. Y concentrados: es decir, aprovechando el hecho de que no estamos solos para pensar dentro de lo que está pasando.
-¿Cree que la filosofía y el pensamiento político tienen algún rol que jugar dentro de esta contingencia?
La filosofía por cierto no aporta claves ni certidumbres. Si bien ahora se necesitan respuestas urgentes, este es un momento en el que el pensamiento crítico será fundamental. Estamos viviendo confinados, con la idea de que la economía mundial va a colapsar. Lo que en parte constituye nuestra humanidad, la muerte ritualizada, incluso la posibilidad de acompañarnos en el dolor y de decirnos adiós, está siendo imposibilitado. Donde hay contagios o situación de riesgo, no nos podemos tocar ni acercar. La muerte no está siendo compartida en actos públicos. Incluso ya en muchos países no hay lugar para los muertos. Todo esto crea miedo, angustia, desesperación a muchos niveles. Y nos puede volcar hacia la religión o hacia la ciencia como si fuera la respuesta, la salvación, y no, como creo que es su tarea, un cuestionamiento que abre a nuevas visiones del mundo. Respecto a este punto la tarea de la filosofía es la de resistir los discursos apocalípticos que buscan la salvación, en los distintos caminos que toma: uno de ellos podrá ser el autoritarismo, al que se consentirá más fácilmente porque nadie quiere este colapso.
-¿La ciencia puede jugar un rol similar a la religión?
La ciencia siempre ha tenido un rol político de doble filo. Recordemos que en China las y los distintos médicos que trataron de dar la alerta sobre el riesgo asociado a un nuevo virus fueron censurados. Hoy día no esperamos de la ciencia solo una vacuna sino una tecnología que permita tener un control exacto de cada ciudadano. Entonces el problema, en mi opinión, no es la ciencia, sino el uso político que se hace de ella, pues también puede ser transformada en el opio del pueblo. La ciencia, como de hecho la religión, no tienen un rol resolutivo. Amplifican y complejizan el campo de la experiencia. Nos permiten cuestionarnos y entendernos de una nueva manera. Si definen marcos estrictos de existencias, nos dominan.
–¿Ha habido, desde su punto de vista, alguna revelación importante surgida de la crisis social y sanitaria que hemos vivido en los últimos meses, que afecte a estas disciplinas, la filosofía y el pensamiento político, en Chile? ¿Algún enfoque que haya quedado obsoleto o algún ángulo que se haya vuelto necesario de tomar en cuenta para desarrollar investigación en estas áreas?
Creo que cuando ocurre algo que no esperamos caemos fácilmente en varias tentaciones. Una es la de pensarlo en términos radicales, como si hubiera que cambiar todo, y como si cambiar todo pudiera resolver algo. Todas las tentaciones de refundar la humanidad, de darse un nuevo inicio (al menos las que conozco) han sido desastrosas. No han abierto a un mundo nuevo. En muchos casos han dejado el mundo en ruinas. Es por esto que me rehúso a pensar los acontecimientos en términos de verdad. La verdad no está en los hechos, sino en nuestras miradas, construcciones, respuestas. Tanto el movimiento social como la ahora llamada “crisis sanitaria” (es ya una apelación muy problemática) han sido analizados en estos términos teleológicos, es decir, como un signo que anuncia un fin, e incluso mesiánicos: como una destrucción radical, inmediata, necesaria y esperada. Esta idea de que podríamos cambiar todo en el momento, y gracias a acontecimientos externos, es recurrente en la historia. Llegó el momento… Antes que eso, creo que vamos a tener que tener paciencia. Esto va ser lo nuevo: la relación con el tiempo. Para esto no tenemos aún los instrumentos, pero estamos creando las posibilidades de vida y contrariamente a lo que dicen varios, la militancia política también está redefiniéndose en nuevas formas para responder a la urgencia de algunas situaciones.
¿En qué otras tentaciones podemos caer?
Otra es de pensar con las mismas categorías de siempre ¡o con maniqueísmos que todavía no pasan de moda! ¡Hasta hace poco tiempo, en febrero, se hablaba aún de la confrontación entre capitalistas y comunistas! Como si un salto de torniquete fuera asimilable a la dictadura del proletariado; como si este signo no nos convocara de manera distinta (sea cual sea nuestra opinión sobre este gesto). Todo esto tiene algo de obsoleto, pero la verdadera pregunta es por qué aún está tan vigente. ¿Por qué seguimos hablando como si hubiera dos bloques (y un solo Dios), cuando el propio mundo globalizado nos convoca a otras miradas y dificultades? Frente a lo que ocurre, creo que debemos hacer un acto interpretativo y no comprensivo o de mero desdén, como si no estuviera pasando nada, nada relevante. Leer e interpretar es relacionarse con las fallas, es ir donde no hay certidumbre. Lo que ocurre siempre son ya textos, tanto lo que se escribe en las paredes y en los carteles de los manifestantes como lo que se transmite a través de los medios. El virus también. Es el texto de cómo estamos viviendo el confinamiento, cómo estamos buscando compartir, ya sea en Wuhan o en otro lugar, y también de cómo estamos reaccionando al contagio.
¿Qué piensa sobre esto?
Me impactaron muchísimo las imágenes del confinamiento en Wuhan en su momento, y de las personas bailando por la ventana. Pensé que esto no era posible, que estar confinados era imposible. Pero, si está siendo posible, es justamente porque de distintas maneras escribimos, y porque estas imágenes ya circularon, y entonces no vivimos algo enteramente nuevo, aterrador. Con la escritura, la grabación de imágenes o de música se crea un lapso de tiempo que nos permite dar muchas lecturas a lo que pasa, y reaccionar de muchas maneras. Si hay humor cuando ocurre algo tan grave es también porque debemos hacer algo con lo desconocido, debemos transformarlo en texto. Si no lo hacemos, estamos simplemente aterrados, anulados en nuestra subjetividad.
¿Qué texto, entonces, o qué sentido político-filosófico le da hasta ahora a esta emergencia?
No estamos aquí frente al regreso de lo natural (otro modo de decir que finalmente acontece lo verdadero). Estar vivo es buscar las formas, y no solo los medios, para vivir. Ningún animal está meramente apegado a su vida. Está posibilitado por sus formas, sus colores, que les permiten aparecer y esconderse. Más que remitir a la vida o a la muerte, el virus nos remite a las formas de la vida y de la muerte. Aquí creo que la política está completamente ausente, desamparada. Gestiona la cuarentena y contabiliza los muertos. Las formas las vamos creando desde nuestros hogares. En la soledad seguimos –quizás más que nunca– siendo seres políticos. Si fuera optimista diría que hoy es el retorno de la necesidad de la resiliencia (creación de formas de vida, ahí donde la vida está amenazada) frente a la anestesia que ha requerido un mundo ultracompetitivo, con este uso ilimitado de medicamentos para convertirnos en meros agentes de los resultados esperados. Pero no soy optimista. Justamente no veo que ocurran cambios radicales. Quizás pequeños cambios. Y esto es ya mucho.