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Hasta el 29 de junio se reciben propuestas de artículos para el próximo número especial de revista Pléyade, “Traición, representación y violencia en la política contemporánea”, a publicarse el segundo semestre de 2020. En esta oportunidad, el editor invitado es el investigador postdoctoral del Instituto de Filosofía UDP, Diego Fernández.
A continuación, detalles de la convocatoria, que también puede leerse aquí.
Traición, representación y violencia en la política contemporánea
El año 1992, Azade Seyhan publicó un estudio sobre la estética del romanticismo alemán que llevaba por título Representation and Its Discontents. Más allá de su tesis, cualquier lector familiarizado con la obra de Freud no podría dejar de notar la referencia apenas velada al célebre ensayo de Freud publicado en 1930, que en inglés llevaba por título “Civilizations and Its Discontents”. ¿Qué comparten, pues, la “cultura” y la “representación” como para que una y otra tengan que ser confrontadas con una radical experiencia del “malestar”?
El trabajo de Seyhan tiene una pretensión específica (esclarecer la noción de representación al interior de los textos del romanticismo de Jena) sin hacer mayor referencia a las consecuencias políticas, de largo aliento, que se derivan de esa discusión. El estudio, no obstante, llamó agudamente la atención sobre un aspecto fundamental que comparten dos esferas, la estética y la política, al punto de que ellas llegan a confundirse: mostrar que la representación (Repraesentatio, Vorstellung) hace prevalecer su estructura autónomamente con respecto al contenido o al “objeto” representado. El representante que representa, en otras palabras, lo hace a costa de lo representado. Éste, por su parte, queda relegado, sustituido, y en último término –cuando se trata de una vida o de una comunidad política– traicionado ahí donde algo otro (la representación) lo representa. De este modo, todo cuanto se encuentra debidamente representado, está por ello mismo “traicionado”: la presencia es el costo que la “cosa” debe pagar para acceder a la representación.
En este sentido, el texto de Seyhan actualiza una discusión que, se diría, es intrínseca al despliegue de la filosofía moderna. Derrida lo sintetiza del siguiente modo en un ensayo consagrado a examinar este problema: “Lo que sería característico [de la época moderna] es la autoridad, la dominación general de la representación (…). Todo lo que deviene presente, todo lo que es, todo lo que sucede (…), es aprehendido en la forma de la representación”. Lo que Seyhan encuentra en el temprano romanticismo alemán es una radical tentativa por inventar una noción de representación (Darstellung) que no opere ya bajo la lógica de la duplicación, la sustitución y la tristeza (tristeza, porque lo que la representación contiene no es otra cosa que el “objeto muerto”, mudo o silente), sino una representación que sea capaz de hacer justicia a ese “objeto”, en la medida en que emana de éste.
La tentativa en cuestión está lejos de ser una prerrogativa exclusiva del romanticismo. Con otros nombres, este problema se ha convertido en uno de los cometidos centrales del pensamiento contemporáneo y uno de los núcleos de articulación entre filosofía, literatura, estética y teoría política. Ahora bien ¿no es de esta índole acaso la querella que –latente en la cuarentena– se escucha aún en las calles de Santiago, París, Hong Kong y un largo etcétera: no queremos más representación, nos queremos a nosotras y nosotros mismos? Para remitirnos al caso chileno, se ha repetido con inusitada insistencia que la crisis social y política sería en lo fundamental una crisis institucional, por cuanto las instituciones de la república ya no contienen ni representan a la ciudadanía, mucho menos configuran un pueblo. El Gobierno, el Congreso, la Iglesia, e inclusive la propia Universidad, son instituciones –cual más cual menos– que frente al pueblo o a las y los ciudadanos aparecen como desprovistas de legitimidad. Pero mientras las instituciones van a la baja, la palabra “traición” va al alza y se deja escuchar por doquier en las calles para designar a los representantes. Por la misma razón, no han faltado las comparaciones con la Argentina de 2001 (“que se vayan todos”) y con la España de 2011 (“no nos representan”).
A partir de una variación de lo que Foucault entendía por “crítica” (un cierto arte de “no ser gobernado”), el problema retorna ahora bajo la forma de un derecho a no ser representado, poniéndose al descubierto el vínculo, tan sutil como preciso, entre “representación” y “gobierno”. ¿Es posible, no obstante, una política sin representación? ¿Es acaso posible otra forma de representación? ¿No incuba esta suerte de nueva “interdicción representativa” un germen favorable para el despliegue de nuevas formas de fascismo? Estas no son preguntas nuevas, sin duda, pero el contexto sociopolítico actual parece exigirnos volver a plantearlas, como también inventar nuevas respuestas, que no pueden satisfacerse en un mero análisis histórico.
A partir de este conjunto de problemas y preguntas, el presente número de Pléyade se dispone a recibir contribuciones que puedan circunscribirse dentro de los siguientes ejes temáticos:
• Presentación y representación en teoría política
• Formas de democracia directa.
• La idea de “traición” como concepto teológico-político.
• Imagen, violencia e historia.
• Violencia de la representación / representación de la violencia.
• ¿Puede un pueblo configurarse en imagen(es)?
• Categorías estético-políticas: fuerza, poder, violencia, dominación, gobierno.
Editor invitado: Diego Fernández H. Investigador postdoctoral, Instituto de Filosofía. Universidad Diego Portales (Santiago, Chile).
Envíos hasta: 29 de junio de 2020
Idiomas: Inglés o español
Fecha de publicación: Número 26, semestre julio-diciembre de 2020
Los artículos deben ser enviados a: [email protected].
Los manuscritos serán evaluados por un comité de doble referato ciego.