EL miércoles 9 de diciembre a las 12.15 p. m. (hora chilena), Nicolás Trujillo defendió exitosamente su tesis de Doctorado en Filosofía en la Universidad de Leiden, en forma online. La defensa pudo ser presenciada en directo en el siguiente enlace: https://www.universiteitleiden.nl/wetenschappers/livestream-promotie.

La investigación doctoral de Trujillo se titula: Searching for the concrete Subject. On the epistemic Role of lived-experience in Paul Natorp’s Critical Epistemology y fue realizada en calidad de Becario Doctorado Nacional Conicyt 2015. Sus profesores guía son el Dr. Hernán Pringe, Dr. Doug Berger y el Dr. Herman Siemens.

Se trata del cuarto estudiante del Doctorado en Filosofía UDP en cotitulación con la Universidad de Leiden que defiende su tesis y el quinto en total del programa. Cabe recordar que el Doctorado ofrece también la opción de cotitulación con otras universidades extranjeras en convenio con FILORED, como la Ruhr-Universität Bochum, la FernUniversität in Hagen y la Martin-Luther Universität Halle-Wittenberg de Alemania.

Antes de su defensa, Nicolás Trujillo accedió a responder algunas preguntas por correo electrónico.

Estás a punto de concluir tu doctorado, luego de haber realizado también un magíster. ¿Cómo ha sido tu experiencia en el medio filosófico chileno en estos años? ¿Has notado un desarrollo, un fortalecimiento, un debilitamiento? ¿En qué aspectos? ¿Qué lugar ves que ocupa la filosofía hoy en Chile y cómo se ubica Chile dentro del panorama internacional?

 

En el contexto local no existe solo una forma de hacer filosofía. Durante mi formación, por ejemplo, yo transité entre dos formas bien específicas y que, por cierto, no agotan el panorama local.

Por un lado, un tipo de filosofía interesada en diversos fenómenos culturales, muy sensible a la dimensión literaria de la escritura y que responde a coyunturas locales con sagacidad y juicio crítico. Asocio esta clase de filosofía a la reflexión estética sobre temas artísticos, políticos y éticos, que ha nacido del trabajo realizado por Pablo Oyarzún, Adriana Valdés, Nelly Richard y más tarde por muchas/os otras/os teóricas/os y críticas/os, como Alberto Pérez, Pablo Chiuminatto, Fernando Pérez V., Juan Manuel Garrido, Ana María Risco, Miguel Valderrama, Elizabeth Collingwood, Marcela Labra, Cecilia Bettoni, Diego Fernández, por nombrar solo a algunos que he leído o he conocido. En mi opinión, toda esta escena ha crecido y se ha diversificado muchísimo durante los últimos diez años y ha contribuido principalmente al desarrollo del ensayo filosófico, género que tiene representantes notables en nuestro país y se ha profesionalizado no solo en el contexto universitario, sino también en y gracias al contexto de las editoriales independientes, cuya variedad y calidad lo han convertido en uno de los escenarios más interesantes para publicar resultados originales. Además, este último contexto es relativamente nuevo, no existía hace diez o quince años, y ha contribuido enormemente a institucionalizar la producción de conocimiento humanista, mediante ferias de libros, construcción de catálogos de autores locales, ensayos y traducciones originales, eventos de comunicación nacional e internacional, etc.

Por otro lado, hay un tipo de filosofía más académica o universitaria, que se ha profesionalizado mediante la apropiación de prácticas de escritura y contextos de publicación internacionales. Se trata, ciertamente, de la filosofía que se cultiva en el formato de papers o libros especializados y que se publica en journals o editoriales indexadas. Esta clase de filosofía aborda un amplio y diverso conjunto de temas y subtemas, que si pudiéramos graficar luciría como un verdadero árbol de infinitas ramas y subramas. Pese a su diversidad temática, esta clase de filosofía se caracteriza en general por responder a las demandas y necesidades formales de la investigación avanzada internacional, a saber, escribir en el formato de paper, adecuarse a los debates o discusiones de journals específicos, hablar el lenguaje filosófico de contextos transnacionales y ceñirse a parámetros de evaluación particularmente exigentes para el medio local, como idiomas extranjeros, factores de impacto, la especificidad técnica de las interpretaciones elaboradas, el cultivo profesional de redes especializadas de comunicación de resultados y la obtención de financiamientos cada vez más competitivos y específicos. En mi opinión, esta clase de filosofía también es algo reciente en nuestro contexto, ya que se impuso hace menos de quince años en el área de las humanidades (en las ciencias naturales y ciencias sociales, por ejemplo, la historia es diferente).

Respecto al lugar de estas formas de filosofía en Chile, creo que se han desarrollado y no debilitado en el último tiempo. Además, no veo ambas formas como fenómenos antagónicos, sino como el indicio de una incipiente comunidad pluralista de pensamiento. La filosofía ensayística, por así decirlo, aporta reflexiones, conocimientos y perspectivas que la filosofía académica no aporta, y viceversa. Personalmente, disfruto de ambos contextos de producción, porque me motivan a participar con resultados originales que sé que tendrán hoy un público para conversar.

Finalmente, pienso que Chile no tiene una figura definida en el panorama internacional. De hecho, el interés creciente por hacer investigación filosófica en Chile no se debe a nuestras filosofías, sino a los sistemas de financiamiento del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, que hacen posible tanto a investigadores locales como internacionales proseguir y ampliar su trabajo académico. No obstante, sí creo que los contextos actuales y sus productos asociados –las publicaciones en editoriales locales y las publicaciones en journals– son un fenómeno que contribuirá a fortalecer la infraestructura local para la filosofía y las humanidades. En este sentido, por ejemplo, algo que hoy debería discutirse es la posibilidad de legitimar institucionalmente las publicaciones en algunas editoriales independientes y dejar atrás el sistema de evaluación en base al “criterio del evaluador” respecto a aquellas publicaciones no indexadas, para complementar ese listado de editoriales mayoritariamente españolas que poca conexión tiene con el medio local y que, por algún extraño motivo, usa hoy el Grupo de Estudios de Filosofía. Una política pública sobre investigación en humanidades y ciencias sociales debería resguardar, promover y fortalecer las condiciones materiales de producción, como las editoriales locales con trayectoria, catálogos sólidos y originales.

¿Qué corrientes filosóficas te ha interesado trabajar y por qué? ¿Cuál crees que es la actualidad de los autores y áreas a las que te has dedicado?

Actualmente trabajo varias corrientes filosóficas que se dedican a analizar condiciones de producción de conocimiento. Pero, durante el doctorado me especialicé en neokantismo y, particularmente, en el proyecto de una psicología filosófica. En general, el neokantismo hace referencia a un conjunto de distintos filósofos y científicos del cambio de siglo (1860-1920). Me interesó esta corriente por varias razones. Se trata de autores cuyos sistemas de pensamiento han sido poco explorados, en comparación con otros representantes del idealismo alemán, pero con una comunidad de investigación académica muy activa particularmente en Latinoamérica. Además, el neokantismo de Marburgo –en el que me especialicé puntualmente– desarrolló un tipo de filosofía transcendental que es contemporánea de la fenomenología, el positivismo lógico, la filosofía de la historia y la ciencia del arte (Kunstwissenschaft), que ofrece una perspectiva sistemática y polifacética sobre el conocimiento y sus condiciones de producción. Finalmente, los autores que estudio fueron particularmente sensibles a la institucionalización académica de la filosofía, luego de la separación de la llamada filosofía natural en disciplinas científicas del saber, y por ello desarrollaron reflexiones sólidas sobre la institucionalización del conocimiento, las condiciones de validez objetiva de los saberes y el impacto de las distintas formas de racionalidad científica sobre la cultura y la humanidad.

Afortunadamente, durante mis años de doctorado surgieron nuevas investigaciones sobre el neokantismo que han complementado los estudios más sistemáticos de los años 60 y 80. Este reciente renacimiento del neokantismo ha mostrado, entre otras cosas, la relevancia histórica de este período, su cercanía con debates filosóficos en epistemología, filosofía de la ciencia y filosofía de la cultura, y ha abierto un escenario con nuevas posibilidades de investigación, ya no solo filosófica sino también histórica y sociológica. Junto con Jacinto Páez, quien también trabaja neokantismo, ofreceremos en 2021 un simposio que reunirá a algunos de estos exponentes internacionales, con el fin de fortalecer las relaciones entre los estudios neokantianos del Sur (como dice humorísticamente un colega) y los del Norte Global.

¿Ha cambiado el mundo que a la filosofía le toca escudriñar con esta pandemia? En particular, ¿ha afectado en algún sentido tus intereses filosóficos, ha alterado tus investigaciones?

Sin duda. Uno de los cambios positivos de la experiencia pandémica es la necesidad de mostrar la utilidad de las humanidades en el debate público y experto en problemas sociales y políticos. Prueba de ello es la aparición de columnas de opinión y también la participación de especialistas en humanidades en mesas técnicas sobre la COVID-19 y sobre el rol del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. Creo que todos estos testimonios son un buen indicio del lugar que las humanidades deben ocupar en la sociedad, pero estamos sin duda en una fase muy inicial. En mi opinión, nuestra responsabilidad como especialistas en humanidades es desarrollar estrategias para llegar a contextos de toma de decisión y quejarnos menos de que “no nos pesquen”. No me gusta polemizar, pero esa queja la hemos escuchado por años y lo único que se puede aprender de eso es que debemos ser más estratégicos a la hora de insertarnos en las distintas esferas de la sociedad. En este sentido, otra responsabilidad que debemos asumir es aprovechar que el actual Ministerio de Ciencia ha incluido la palabra “conocimiento”. Como es sabido, esta palabra no es un mero adorno: por un lado, destaca la necesidad de proyectar y reflexionar sobre las condiciones materiales y culturales para avanzar hacia un modelo local de sociedad de conocimiento y, por otro lado, abre un espacio institucional para el desarrollo y uso de conocimiento humanista y artístico.

Personalmente, la pandemia alteró mi contexto de trabajo, porque me mudé temporalmente a la zona austral para estar más cerca de mi familia, pero no afectó tanto mi organización laboral. Llevo muchos años haciendo “teletrabajo” y también conduciendo mis investigaciones desde el hogar, tanto en Chile como en el extranjero. Además, luego de una estadía en Würzburg que me demandaba moverme entre distintos lugares con libros y notas, digitalicé mis archivos de trabajo y mis prácticas de estudio y producción. Ahora bien, un aspecto que no cambió, pero sí se intensificó, fue mi interés por las condiciones institucionales de la producción de conocimiento y cómo estas condiciones cohabitan con la dimensión propiamente epistémica. Esto lo aprendí recientemente gracias a mis colegas del proyecto asociativo sobre ciencia en Chile en el que trabajo y me ha permitido ampliar mi horizonte de temas de investigación.

Has realizado diversas traducciones y trabajos de divulgación. ¿Qué importancia crees que tiene la vinculación del trabajo filosófico profesional con la comunidad no especializada, y con otras disciplinas u oficios? ¿Crees que se podría fortalecer la divulgación?

En principio, no pensaba mis trabajos de traducción como divulgación. Más bien, los consideraba como productos derivados de mi investigación. Además, procuro ofrecer introducciones con datos conceptuales y filosóficos precisos, para contribuir a la lectura del texto. Sin embargo, entiendo que las traducciones contribuyen muchísimo a la circulación de conocimientos y podrían eventualmente definirse como productos de divulgación. De hecho, si uno revisa los criterios de evaluación del Grupo de Estudios de Filosofía de ANID, verá que las traducciones ocupan un lugar híbrido, porque no todas son reconocidas como productos de investigación.

Por otra parte, el campo de la divulgación ha crecido bastante estos últimos cinco años, principalmente en ciencias naturales y tal vez en menor medida en humanidades. Esto me parece fantástico, porque tenemos el deber de comunicar nuestros resultados a la comunidad no especializada y, sobre todo, aprender a pensar en el lector como un factor relevante para diseñar nuestras estrategias de comunicación. En mi opinión, el reciente auge de la divulgación se debe a la necesidad de construir nuevos espacios laborales para profesionales con estudios de posgrado. Quien habita el campo laboral académico, sabe que los programas estatales de becas generaron mucho “capital humano avanzado”, pero pocos espacios de trabajo. La divulgación reapareció como una especie de alternativa natural, pero cuya rentabilidad aumenta insospechadamente cada vez más. Esto tiene sentido, por cierto, porque la divulgación es un campo que establece relaciones productivas entre la academia, el sistema escolar y la empresa. Imagina que hoy en día ya existen fundaciones dedicadas exclusivamente a comunicar conocimientos, existe una radio especializada en divulgación científica y tecnológica y el Ministerio de Ciencia invirtió 890 millones en proyectos de socialización de conocimiento, además de diseñar un programa mensual de ventanilla abierta para proyectos que vinculen saberes y habilidades avanzadas con necesidades concretas de la sociedad civil. Me parece que esta es un área con muchísima proyección, porque es rentable y también contribuye a enfrentar los múltiples problemas educacionales del país. Además, ya es posible observar que los nuevos productos de divulgación incorporan prácticas transdisciplinares y muy profesionales, que sin duda fortalecerán la calidad y también el interés por estos productos.

En tu tesis reivindicas la importancia de la psicología filosófica de Paul Natorp y afirmas que “la cuestión de la experiencia vivida puede no ser relevante para una pura lógica del conocimiento objetivo, pero es absolutamente necesario describir cómo cualquier sujeto concreto reconoce contenidos objetivamente válidos y cómo aprende a pensar objetivamente sobre el mundo”. ¿En la filosofía actual hay una disputa en torno al rol de la experiencia del “sujeto concreto” en el conocimiento? ¿Por qué te interesó ahondar en esto?

Hay muchísimos debates sobre la experiencia vivida de sujetos concretos en distintas corrientes y campos de aplicación, tanto en historia de la filosofía como en filosofía analítica y también en filosofía continental (aunque estas denominaciones ya no describen adecuadamente el panorama actual de la filosofía). De hecho, un desafío metodológico durante la tesis fue aprender que no podía contribuir a más de un campo en el período de tiempo que tenía para diseñar, producir y finalizar la investigación doctoral. Yo decidí enfocarme en el campo de la filosofía transcendental y me conformé con sugerir al final de la tesis algunas conexiones con el tema de la agencia epistémica en epistemología contemporánea.

En filosofía transcendental, este tema adquiere relevancia con la recepción romántico-temprana de la Crítica de la facultad de juzgar de Kant. Dicha recepción enfatiza la facultad de la imaginación y los conceptos de ingenio y creatividad como formas ejemplares y virtuosas de experiencias vividas de conocimiento. Durante mi investigación pude constatar que la psicología filosófica de Paul Natorp se inscribe en esta tradición con una tesis novedosa, a saber, que la experiencia vivida o vivencia cumple un rol epistémico y necesario para la construcción de conocimiento objetivo. Este rol es de carácter lógico-reflexivo y consiste en hacer posible el reconocimiento, evaluación y decisión respecto a la validez objetiva de contenidos conceptuales. Por esta razón, Natorp propone que la experiencia vivida no debe entenderse como un evento desarticulado e inmediato, sino como un proceso de reflexión compuesto de capacidades epistémicas precisas. Estas capacidades nos permiten distinguir si la validez de nuestros conceptos reposa en la mera sensación, en la capacidad de imaginar representaciones plausibles pero sin correlato empírico, o bien en relaciones lógicamente estructuradas en el contexto de la experiencia posible o, en términos simples, en el contexto científico que llamaríamos “naturaleza”. Finalmente, en mi tesis demuestro que este análisis psicológico también da pie a una filosofía transcendental sobre la formación de la racionalidad en sujetos concretos, es decir, una filosofía que describe las condiciones mediante las cuales un individuo deviene agente racional. Con ello, sostengo que Natorp amplía la filosofía transcendental hacia preguntas que atañen al aprendizaje y su relación con el conocimiento objetivo.