El 6 de diciembre a las 18:30 hrs. en el Auditorio de la Biblioteca Nicanor Parra (Vergara 324, Santiago), la académica de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Cecilia Sánchez, ofrecerá la conferencia: “Mujeres en la escena de la filosofía en Chile”, en el marco de la ceremonia de graduación del Diploma de Honores en Pensamiento Contemporáneo que ofrece el Instituto de Humanidades UDP.

Cecilia Sánchez es Doctora en Filosofía en la Universidad París 8 y en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile (cotutela). Es autora del libro El conflicto de la letra y la escritura. Legalidades/contralegalidades de la comunidad de la lengua en Hispano América y América Latina (Fondo de Cultura Económica, Santiago-Chile, 2013); Escenas del cuerpo escindido (Cuarto Propio/Universidad Arcis, 2005) y de Una disciplina de la distancia. Institucionalización universitaria de los estudios filosóficos en Chile (1992). Actualmente desarrolla una investigación sobre el pensamiento de Hannah Arendt y Luce Irigaray a propósito de lo público, lo privado, el cuerpo y las pasiones.

“Recuerdo una ocasión en que debí enojarme para ser respetada”

Alguien comentó irónicamente que tu primer libro fue una “expedición épica” y tú dices que esa “expedición” te hizo experimentar las molestias que puede vivir una mujer en terreno masculino, “regido por un pensar carente de marcas, asexuado e intemporal”. También dices que los gestos de validación del pensamiento de las mujeres “son excepcionales en el discurso filosófico”, que aún ahora las mujeres son poco visibles pues su palabra “carece de iluminación, máscaras, vestuarios y lenguajes apropiados”. ¿Son machistas los departamentos de filosofía en Chile? ¿Cuál ha sido tu experiencia como académica y antes como estudiante? ¿Qué importancia ha tenido para ti que la mayoría de los profesores en estos departamentos sean hombres?

-Eso es algo de lo que no se ha escrito en lo absoluto. Lo hemos conversado con Olga Grau y Susana Münnich. Una vez que estábamos preparando un encuentro, un gran congreso internacional: nos preguntamos si habíamos vivido alguna experiencia de género por el hecho de haber estudiado filosofía. Curiosamente la mayoría de nuestras experiencias estaban un poco olvidadas –yo tengo mis propias experiencias, también las conté–, pero me acuerdo perfectamente lo que le pasó a Susana, quien ha publicado muchos libros y poco a poco empezó a trasladarse a la literatura. Primero ella dijo, un poco ingenua, no, no, nunca me ha pasado absolutamente nada, hasta que se acordó y de lo que se acordó fue horroroso: fue invitada a Valparaíso a hablar de Nietzsche, había un congreso internacional, y cuando le corresponde hablar a ella, quedaron sólo los alumnos, el resto se fue. Eso fue algo que recordó y lo había olvidado completamente. Y yo como alumna me acuerdo que cuando me sacaba un 7, muchos compañeros revisaban mi prueba, no podían creerlo. Finalmente terminaban diciendo que seguramente era porque le gustaba al profesor. Entonces uno tiene que masculinizarse un poco y hablar más fuerte, molestar. Recuerdo una ocasión en que debí enojarme para ser respetada, me enojé muchísimo y desde ese momento esas personas me empezaron a respetar.

Cosa que no sucede al revés.

-No, porque los hombres tienen su lugar “natural”. Ahora, tiene consecuencias el que uno se enoje, porque después quedas como problemática. Creo que en muchas ocasiones yo he quedado como problemática porque me he enojado con personas ultra legitimadas.

-¿Y cuál fue el problema que tuviste en particular? ¿Por qué te enojaste con esas personas?

-Porque no me escuchaban, me daban la espalda, estoy hablando de mis años de estudiante. Yo trataba de hablar, decía: también estoy aquí y estoy diciendo tal cosa. Lo dije con tal énfasis que me acuerdo que estaba Humberto Giannini y me dijo: Cecilia, si te queremos. Y le dije mira, no me interesa que me quieran, necesito que me respeten. Entonces, eso de que te quieran, que eres simpática, ese cariño que se les da a las mujeres es muy problemático cuando lo que tú necesitas ser una igual y no lo eres. De hecho, en un texto que escribí sobre el ingreso de las mujeres a la filosofía, comento una entrevista que le hicieron a Carla Cordua, la leí en una revista perdida que encontré en Francia por casualidad, cuyo tema es la filosofía en España e Hispanoamérica, y una francesa le preguntaba: usted, como mujer, ¿ha tenido algún problema? Y ella se negaba a hablar. Y yo la cito, porque la misma Carla Cordua, cuyo pensamiento no contempla categorías de género, dice: “El trabajo de una mujer en esta profesión será, en general, invisible”.

Una preocupación que al parecer subyace en distintos momentos de tus libros es la de los límites de lo que se entiende por filosofía, la inclusión o exclusión de marcas sexuales y situadas en el discurso filosófico, ¿es así? ¿Cuál es para ti el límite de lo que podemos considerar filosófico o perteneciente al espacio filosófico?

-En esas fechas, por el año 92, yo no tenía resuelto qué era para mí lo filosófico, pero sí había tenido una experiencia –y yo creo que hace muy bien, se lo digo a los/as alumnos/as–, de salir de Chile, porque en los lugares donde supuestamente, según nuestro imaginario, sí ocurre, sí está la filosofía: en Francia, en España, en Argentina, hay unas libertades externas e internas que realmente nosotros no tenemos o no hemos conquistado. Incluso se puede hablar de cualquier cosa, la filosofía no tiene un objeto preciso, todo depende de cómo abordes un problema. Lo importante no es que tengas un tema filosófico, sino un problema. Para mí esa fue una enseñanza tremendamente importante, hablar en términos de problema. Con mayor razón desistí de hablar de autores; si hablo de autores, es que previamente tengo un problema. Por tanto, para mí el espacio filosófico está mediatizado por la historia, la lengua y por supuesto que las marcas textuales y sexuales de quien escribe influyen en lo que tú vas a percibir, esas mediaciones me parece que son parte de lo que tú vas a decir. En ese sentido, tomo en cuenta de Patricio Marchant la palabra escena, porque él dice: justamente esta comunidad pura, la universidad como comunidad pura, que habla desde el ser trascendental, olvida que hay una escena, un exterior de la filosofía que también influye en su interior, o sea, hoy día te diría: la educación que tenemos, la prensa, que prácticamente no sabe nada de filosofía, influye en la manera en que nosotros nos organizamos y entendemos lo que es la filosofía. Yo siempre le digo a los/as alumnos/as: filosofía no es el conjunto de autores que leemos, porque eso es un subproducto de la filosofía. Si hablamos de república, si hablamos de estado de derecho, si hablamos de democracia, eso ya es filosofía. Entonces, hay categorías que hoy me interesan, como el entre-lugar, un concepto que trabaja mucho un brasileño, Silviano Santiago: él sostiene que en América Latina estamos necesariamente vinculados con Europa, pero a la manera de un entre. Hay textos que nos constituyen, como por ejemplo Montaigne, que habla de los caníbales. Sobre todo para los brasileños tiene mucho sentido el caníbal; también Levi-Strauss, con sus Tristes trópicos. Y en América Latina, autores que trabajan el entre-lugar como Borges, Gabriela Mistral. A mí me interesan esos cruces y no borrar el espacio contextual, las marcas textuales y biográficas, la lengua. En gran parte estos son los temas y problemas que examino en el último libro publicado en 2013, haciendo la diferencia entre letra y escritura: la escritura tiene conciencia de la lengua, del lugar, la letra no. El letrado –letrados como Andrés Bello– entiende que había que instalar modelos, la cultura se entiende como traída desde otro lado. En filosofía muchos siguen siendo letrados en ese sentido, pues experimentan la cultura como una implantación sin contexto.

Texto: Andrés Florit
[Extracto de entrevista inédita, a publicarse próximamente]