El investigador adjunto del Instituto de Filosofía tradujo, en conjunto con Nicolás Silva, Iteraciones, de Hans-Jörg Rheinberger (Pólvora, 2021), primer libro íntegro en ser traducido al castellano de la obra del ensayista, historiador de la ciencia y biólogo molecular alemán. Se presenta en forma online el lunes 29 de noviembre con participación del autor, en actividad organizada por el Centro de Estudios en Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Alberto Hurtado.

¿Por qué les interesó traducir este libro? 

La obra de Hans-Jörg Rheinberger adquiere cada vez más reconocimiento en el ámbito de la filosofía, los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (CTS) y diría también que en estudios mediales, gracias a las aplicaciones recientes de su teoría de los sistemas experimentales al estudio de procesos artísticos y objetos estéticos. En español solo contábamos con dos ensayos traducidos, uno por Roberto Torretti publicado en 2009 en su Conceptos de gen y otro publicado en Variedad infinita. Ciencia y representación. Un enfoque histórico y filosófico, editado por Edna Suárez en 2007. Iteraciones nos pareció un libro útil para introducir el trabajo de Rheinberger en nuestro medio local, no solo porque informa sobre la teoría de los sistemas experimentales del autor, sino también porque pone en diálogo a la ciencia con el arte, la política, la sociedad y las crisis socioambientales actuales, desde la perspectiva clara y sistemática de la epistemología histórica (cercana, por cierto, a la sistematicidad de las filosofías transcendentales).

Y esta fue otra razón que nos motivó a traducir el libro. Rheinberger desarrolla una versión de la epistemología histórica a partir de la deconstrucción y la teoría de la escritura de Jacques Derrida. Con ello, construye una interpretación sistemática de la experimentación científica, para describir y analizar las condiciones materiales y epistémicas que hacen posible producir objetos de conocimiento. Además, su propuesta pone atención en aspectos como la creatividad, la relevancia de la materia y del trabajo manual, la replicación creativa de los procesos, pero también los efectos políticos y normativos de los sistemas de representación científica y las tradiciones institucionales que hoy sostienen lo que llamamos comunidades científicas. Para abordar en detalle estos temas, Rheinberger realiza un recorrido filosófico desde la deconstrucción hasta los orígenes de la filosofía transcendental, pasando por autores como Gaston Bachelard (un referente fundamental, sin duda), pero también Ludwig Fleck, George Kubler, Ernst Cassirer, Martin Heidegger, Edmund Husserl, entre otros. En este sentido, se trata de un filósofo con gran capacidad de síntesis y sistematización de teorías y marcos conceptuales en apariencia diversos. En cierta forma, Rheinberger no solo tiene la intuición de saber que todos estos autores conversan sobre asuntos similares –algo que me parece que todos los que nos dedicamos a la filosofía transcendental sabemos bien–, sino también la concepción adecuada para hacerlos dialogar y generar un marco de pensamiento nuevo y original. De hecho, Rheinberger concibe a la epistemología histórica como el laboratorio de la historia y filosofía de la ciencia (así lo dice en su famosa  Introducción, que ahora estamos terminando de traducir para ediciones UAH), y por lo tanto se podría decir que su filosofía es también una especie de “sistema experimental”.

Por último, el libro fue sugerido por Juan Manuel Garrido, entremedio de una serie de circunstancias que recién ahora comienzo a comprender y sumar a mi trabajo académico y profesional. En 2019 empecé a realizar etnografías de laboratorio como asistente de un proyecto asociativo y estudié muchísima literatura de CTS y estudios mediales. Sin duda me parecen áreas fascinantes, que están cambiando la manera como entendemos hoy “lo disciplinar” en la academia. Sin embargo, en ellas había también una clara distancia frente a las contribuciones más filosóficas y epistémicas sobre experimentación científica y conocimiento en general. Eso me pareció sospechoso, porque esa distancia se debía a la imagen austera y ensimismada que la filosofía de la ciencia más tradicional ha construido del conocimiento científico, pero no se pronunciaba respecto a la imagen que la tradición transcendental ha construido de la ciencia, que es muchísimo más amplia y diversa. Esta otra imagen de la ciencia es más cercana a la deconstrucción, el neokantismo, la fenomenología y la hermenéutica; todas ellas áreas en las que me siento como en casa. En ese contexto de laboratorios y literaturas cruzadas, Rheinberger me pareció un interlocutor conciliador y suspicaz, porque propone estudiar la práctica científica a la luz de los resultados de las sociologías del conocimiento, muy relevantes para comprender las condiciones institucionales de la ciencia hoy en día, pero sin descuidar la pregunta por la validez objetiva del conocimiento científico, los criterios epistémicos que articulan procesos de experimentación y la relación entre creatividad y conocimiento. De hecho, la atención en el detalle epistémico es el núcleo de su teoría de los sistemas experimentales, que Iteraciones describe con claridad en uno de sus capítulos.

¿Cómo dialogan los ensayos de Rheinberger sobre epistemología histórica con nuestro contexto filosófico y cultural? 

Cada capítulo del libro aborda temas que se han vuelto de interés. Por mencionar algunos ejemplos, hay capítulos que exponen la relación entre cultura y naturaleza, arte y ciencia, academia y política, entre otros. También discute la relación entre los sistemas de representación científica y la crisis socioambiental actual. En este sentido, los ensayos que componen Iteraciones proporcionan varios insumos conceptuales y teóricos que son útiles para comprender y describir los desafíos futuros de la cultura humana y, más específicamente, de las sociedades de conocimiento y las democracias posverdad, término que tomo por cierto del último libro de Javiera Barandiarán, con el que caracteriza nuestro actual contexto de exceso de información y falta de criterios y marcos institucionales de razonamiento (las fake news o la infodemia dan perfecta cuenta de ello). Pero también destacaría que estos ensayos son buenos ejemplos de cómo se puede trabajar en conjunto con profesionales de distintas áreas. Contar con metodologías de trabajo histórico y filosófico abre, sin duda, una oportunidad para escribir sobre casos de estudio local, que nos permitan entender desde adentro los avatares y las coyunturas del conocimiento en Chile. De hecho, expliqué esto a un evaluador de Fondos de Cultura, pero no me creyó tanto. Creo, no obstante, que esta nueva traducción contribuirá a convencernos de pensar y comprender a la ciencia y a la tecnología como un fenómeno cultural que amerita más modelos y enfoques de inspiración humanista, por decirlo así. En términos más simples, creo que un libro como Iteraciones rompe con el prejuicio (deudor también de la Modernidad) de que las humanidades y las ciencias son mundos aparte.

¿Cómo fue el trabajo con el autor y entre traductores, a cuatro manos?

Agradezco esta pregunta, porque la traducción es un oficio silencioso, cuya escena no suele ser tema cuando se publica una traducción. Con Nicolás Silva realizamos un trabajo en tres etapas generales. Y agradezco mucho a Nicolás haberse comprometido con este sistema de trabajo, que por cierto es absolutamente arbitrario porque es una especie de bricolaje que surge de mis anteriores experiencias de traducción.

Cada uno se hizo cargo de un conjunto de capítulos, que nos repartimos según intereses o gustos (porque el gusto, en traducción, es una condición intransable) . Con el primer manuscrito listo, nos intercambiamos los textos para revisar aspectos de estilo y homologar algunas decisiones, tales como qué conceptos emplear para los términos o formulaciones más técnicas, qué ajustes sintácticos quedan mejor en castellano –porque el alemán tiene una estructura que, de imitarse, sonaría cuando menos extraño, si no incómodo–, o qué notas conviene poner para contribuir a la lectura del texto. Luego de editarnos mutuamente y llegar a consensos, que me parece la parte más entretenida de traducir a dos manos, hicimos una tercera versión para añadir la bibliografía actualizada y en español, siempre que hubiera traducción, y también las notas de traductores. Personalmente, me concentré también en la musicalidad de la traducción, por decirlo así, porque siempre tengo la sensación de que, al traducir, uno va generando y acumulando muchas disonancias en la propia lengua. Se ha escrito mucho sobre el efecto disonante que produce la experiencia de traducir. En breve, diría que este surge porque la traducción es una práctica que confronta dos modos de decir y pensar, dos lenguajes, que al encontrarse no quedan incólumes o clausurados en sí mismos. Al contrario, en su encuentro, ambas lenguas quedan expuestas en sus límites y posibilidades. Querer decir algo en otro idioma, entonces, implica padecer esa confrontación y sus disonancias, implica recorgerse uno mismo en esa suerte de eclosión, que además no puede zanjarse sin tomar decisiones. Creo que cuando se traducen textos filosóficos uno tiene la responsabilidad de dar con los tonos y colores de los enunciados originales, sin tener que someterse a la literalidad extrema de la lengua de origen. La traducción filosófica o literaria, en este sentido, siempre implica una decisión estética.