El jueves 29 de septiembre a las 18:30 en la sala B31 de la Biblioteca Nicanor Parra (Vergara 324, Santiago) se presenta el libro ¿Qué es la crítica? Michel Foucault, leer el presente sin juicio, de Nicolás Ried. Participan Diego Fernández (UDP) y Juan Pablo Mañalich (U. de Chile).

Nicolás Ried es abogado por la Universidad de Chile, Magíster en Pensamiento Contemporáneo del IDF y actualmente cursa el Doctorado en Filosofía. Acá responde algunas preguntas, a propósito de su nuevo libro:

¿Por qué Foucault? ¿Qué hay en el pensamiento de Foucault que se mantiene vigente, o actualizable, para pensar la crítica en nuestro presente?

R: El trabajo de Michel Foucault me parece que es una herramienta fundamental para comprender los tiempos que corren, al menos por tres razones. Primero, porque su trabajo logra establecer una relación entre las teorías sobre el poder y las prácticas de la política. Esta relación particular entre poder y política, Foucault la presenta más allá del modelo de la denuncia, como fue fundamental para cierto tipo de pensamiento crítico de izquierda durante el siglo XX: no se trata de denunciar, sino de imaginar y producir nuevas alianzas, relaciones y formas de transformación política. El trabajo de Foucault es una fuente de imaginación política como hay pocas en el siglo XX. En segundo lugar, creo que es importante derretir ese Foucault que ha sido congelado en la figura del «biopolítico». Los análisis y teorías que se han formulado en el nombre de Foucault durante esta primera parte del siglo XXI, a mi parecer, han abusado de una de las mitades de su trabajo teórico, a saber: el diagnóstico según el cual la vida ha sido capturada por diversas racionalidades, tecnologías y dispositivos de poder. Ese análisis tiene efectos conservadores, en la medida en que suelen llevar a la fórmula «todo es poder, por lo que es imposible resistir». Con este modelo, incluso la resistencia se torna una forma de poder. Lo que me interesa con el trabajo de investigación que presento en mi libro es mostrar el pensamiento de esa otra mitad de la obra de Foucault, aquella en la que lo central es afirmar -por medio de la vida misma- que la vida no puede ser capturada del todo. Y en tercer lugar, creo que el trabajo de Foucault permite comprender fenómenos propios de nuestros tiempos que otros modelos teóricos no alcanzan a tocar. Por ejemplo, la noción de crítica que presenta permite pensar más allá de los modelos punitivistas que se han tomado gran parte de nuestros discursos culturales. Y con lo anterior no me refiero solamente al modelo de las «funas». Las ultraderechas en todo el mundo han instalado un modelo de acción política basado en la destrucción de los espacios, que a su vez se funda en el mismo modelo que nos entrega la experiencia Facebook: me gusta o no me gusta. El modelo de sociedad basado en la tiranía del «me gusta» creo puede ser entendido de manera más compleja con las herramientas que nos entrega Foucault.

Planteas en tu libro que «La crítica lee el presente a la vez que encarna una forma distinta de vivir: el arte de la crítica coincide, en este punto, con el arte de vivir y de preguntarnos cómo vivir» y que «vivir una vida crítica implica esforzarnos por leer nuestro presente sin juicio». ¿Hasta qué punto este esfuerzo podría ser una utopía hoy? Por ejemplo, parece difícil referirse a la llamada «cultura de la cancelación» sin enjuiciarla.

R: Este es un punto interesante, que puede plantearse de este otro modo: ¿no será que la crítica esconde un juicio en su propia formulación? La distinción entre juicio y crítica que presento en el libro, a propósito de los trabajos de Foucault, se funda en un punto de vista: el modelo del juicio funciona estableciendo una división binaria del mundo y otorgándole más valor a uno de las dos partes de ese binarismo. Es, en el fondo, una teoría del valor. Por otra parte, la crítica es una forma particular de «leer». Cuando uso el verbo leer, lo uso de una manera particular: no se trata sólo de la acción individual-pasiva de leer, sino también de la operación colectiva-activa de entregar una lectura. Esta relación entre leer y entregar una lectura, no requiere de la división binaria del mundo, sino todo lo contrario: su fundamento es la multiplicación de las lecturas que tenemos sobre el mundo. Creo que eso no es utópico, en la medida en que entendemos que reducir nuestras vidas al modelo del juicio las empobrece y las torna aburridas, de poco interés, escasamente motivantes. Hay quienes atribuyen la expansión de la depresión, como fenómeno psicológico-social, justamente a la reducción de la vida a instancias de decisión cerradas y sin espacio para la imaginación. Creo que la crítica, como herramienta de la imaginación política, nos permite salir del fango que conforman esas fórmulas cerradas y cliché de comprender la sociedad. Esto puede significar un punto de partida para repensar nuestras instituciones y prácticas políticas.

Estudiaste Derecho y ahora estás estudiando el Doctorado en Filosofía. ¿Cómo se vinculan hoy crítica, filosofía y academia, según tu experiencia? ¿Se limitan? ¿Se potencian?

R: Mi mayor interés al estudiar derecho consistió en pensar un modelo de normatividad cuya fuente no fuera la obediencia. Me causó mucho impacto constatar que, en general, las teorías del derecho se fundan en modelos de sociedades obedientes. ¿Eso tiene que ser así?, me preguntaba. Eso parecía ser un axioma del derecho. Creo que el modelo de la crítica ofrece una oportunidad para pensar la normatividad más allá de la obediencia, lo que no significa que se piense necesariamente desde la desobediencia, sino desde las preguntas: ¿Qué otras cosas podemos hacer con las normas? ¿Podemos usar el derecho de otra forma, para convertirnos en otra cosa? Desde ese punto de vista, creo que la crítica se relaciona íntimamente con el derecho. Un asunto diferente es la relación entre la crítica y la academia, o las instituciones formales de educación en general. Por mucho tiempo, las universidades se han presentado como instituciones de «pensamiento crítico», como lugares que albergan y conservan los secretos con los cuales se puede transformar el mundo, pero que al momento de comunicar esos secretos se fracasa estrepitosamente. «La crítica» o «el pensamiento crítico», a mi parecer, no pueden ser comprendidos como una fórmula o una llave maestra para mirar el mundo: el ser crítico no es algo que se pueda determinar de antemano. Crítico es algo que nos hace mirar el mundo de otra manera, es algo que produce una transformación en nuestros ojos, que nos hace leer el presente de otro modo. En ese sentido, creo que el lugar de la crítica, antes que en las instituciones, está en las prácticas críticas: en las universidades pueden darse espacios críticos -y se dan-, pero también se dan en otros lugares, como el cine, las juntas de vecinos o los bares. Por ejemplo, hace 15 años era impensado pensar una sociedad sin universidades, y hoy cada vez se extiende más un modelo de sociedad en que la educación formalizada se vuelve un elemento prescindible, justamente en nombre de la crítica: las personas no necesitan recibir una educación estandarizada que sirve como un elemento ideológico. En muchos lugares del mundo, incluido Chile, se han presentado objeciones según las cuales las universidades son instituciones de adoctrinamiento o de propaganda política, oponiéndoles la idea del librepensamiento que no se somete a estas prácticas. En general, esos discursos provienen de fuentes anti-pensamiento que buscan, sin explicitarlo, quitarles de herramientas de reflexión a la población, discursos de ultraderecha que pretenden presentarse como ideologías libres de sesgo. Sin embargo, la cohesión social requiere de modelos de educación que nos permitan tener elementos comunes como sociedad y que nos permitan superar el estadio individualista propuesto por estas ideologías del ultra. La pregunta para la crítica es, ¿cómo conciliar modelos educativos que permitan la libertad individual y la cohesión social? Creo que la respuesta implica reflexionar sobre la curiosidad, una virtud muy subestimada en nuestras sociedades hollywoodenses.

Finalmente, ¿crees que ha cambiado nuestro presente desde 2019?

R: Podríamos imaginar: si fuéramos al pasado, ¿cómo nos le resumiríamos a nuestras versiones del 2019 todo lo que ha pasado en estos años de una manera verosímil? Aunque describiéramos los hechos de la manera más detallada posible, creo que la respuesta se traduce en la idea: «tienes que vivirlo, tienes que experimentarlo». El punto de un ejercicio como este consiste en que hay algo en las transformaciones, tanto individuales como sociales, que no puede describirse, que sólo puede experimentarse. Por eso, más allá de preguntarnos si hemos cambiado, o si nuestro presente es otro, creo que hay que interrogar la idea misma de «cambio». Algunas teorías sociales aún creen en que el cambio que experimentan las sociedades es progresivo, que las sociedades son cada vez mejores. Esa idea estaba en el fondo de la propuesta de constitución de la convención constitucional chilena, por ejemplo: el texto hace de esta sociedad algo mejor, por lo que no hay razón para que sea rechazado. ¿Qué significa el rechazo de un texto como ese, avatar de las ideas progresistas? Una lectura, muy extendida en los análisis de izquierda, consiste en la hipótesis inversa a la que se presenta en la película Matrix: ¿y si el pueblo no quiere emanciparse? El rechazo al texto constituyente sería una afirmación de status quo, una afirmación de la necesidad de un amo. Otra lectura, que creo es la que puede aportar la crítica a este respecto, consiste en que la política y la vida comparten un elemento común: son procesos, no instancias ceremoniales que se agotan en su realización. Y en los procesos los pueblos forman su carácter, toman sus rutas hacia el destino que conforma su historia. De este modo, la idea de progreso se torna algo mucho más complejo que la lectura lineal según la cual cada días estamos mejor. Bajo esta lectura, nuestro presente ha cambiado en estos años, pero a la vez nuestro presente sólo puede ser explicado a partir de esos cambios. La otra pregunta, que se instala de inmediato a propósito de esto, consiste en lo siguiente: ¿en qué medida seguimos viviendo en el mismo presente de los años anteriores? Esta pregunta, por las continuidades, creo que puede ser mucho más iluminadora para leer la comunidad en la que vivimos: a pesar de todo, seguimos viviendo bajo las mismas formas que servían para leer el siglo XX. ¿Qué debe pasar para vivir en un mundo nuevo? Eso no lo sé, pero es una pregunta que me despierta mucha curiosidad.